Con paso lento y cansado, apoyándose en su cayado, el anciano se dirigió hacia el banco del parque donde se sentó a la espera de que los niños salieran de la escuela. Hoy le tocaba a él recoger a su nieto, como tantas otras veces ya había hecho. Había llegado con mucha antelación, por lo que, bajo los rayos de aquel sol primaveral, se quedó medio adormilado.
Pero pronto la tranquilidad se vio interrumpida por el jolgorio, risas y juegos de los alumnos que salían del centro con gran alegría ya que para ellos había llegado el tan ansiado descanso del fin de semana.
Uno de los alumnos, con grandes ojos azules y cabellos color de oro, que brillaban bajo los rayos del astro rey, corrió hasta donde estaba sentado el anciano y con muestras de alegría y cariño se le abrazó llenándole de besos.
-¡Hola abuelo! – Gritó el chiquillo, que sin dejar que respondiera el anciano le preguntó:
-¿Me comprarás un helado de chocolate?
-Hola cariño mío. Claro que te compraré un helado. – Le respondió el septuagenario personaje mientras acariciaba la cabeza del alborotado muchacho.
Con cierta dificultad el anciano se incorporó y tomando en una de sus arrugadas manos al nieto y en la otra el cayado, comenzó el camino hacia la heladería más cercana.
-¿Cómo te ha ido hoy el día?.- Preguntó el anciano
-Muy bien abuelo. Hoy el maestro nos ha explicado cosas muy interesantes de la historia de este país. – Respondió muy contento el niño.
-Esto está muy bien, es muy importante conocer nuestros orígenes, especialmente para no volver a caer en los mismos errores que nuestros antepasados. – Le comentó el anciano.
Pasados unos instantes, llegaron a la heladería y se sentaron en la terraza a la espera que el camarero les trajera sendos helados, uno de chocolate para el niño y otro de vainilla para el anciano.
Mientras estaba saboreando el helado, el niño miró fijamente al anciano; cambió su semblante sonriente por una expresión más seria. Al percatarse el abuelo de este cambio de actitud preguntó:
-¿Qué te pasa? ¿Tienes que decirme algo?
Tras dudar un momento, procedió a confesarle el niño a su abuelo:
-El pasado domingo, mientras jugaba en la calle, vino un señor y me dijo que tú no eras mi abuelo de verdad, que mi abuelo era él, porque era el padre de mi padre. Que él tenía mi mismo apellido y tú no. ¿Es esto verdad abuelo?
El anciano se quedó algo perplejo ante lo que le decía el niño, por lo que tardó un poco en preguntarle:
-¿Se lo has dicho a tus padres?
-No, no se lo he dicho a nadie, primero quería hablarlo contigo. – Fue la respuesta del niño.
-Creo que es algo que deberían haberte contado tus padres, pero ya que me lo preguntas no voy a ocultarte la verdad.
El anciano sacó de uno de sus bolsillos una pipa y una bolsa con tabaco, procedió con reposo a cargar la cazoleta asegurándose que la picadura quedaba bien prieta. Tomó el mechero y prendió fuego mientras chupaba, hasta que consiguió que comenzara a tirar. Expulsó una gran bocanada de humo en forma de aros, que hizo reír al nieto, tras lo cual comenzó su explicación:
- Cuando tú eres muy pequeño, con apenas un par de semanas de vida, te pusiste muy malito, tu abuela y yo te estuvimos cuidando noche y día. Yo te he cambiado más pañales que nadie, he velado tus sueños y he escuchado una de tus primeras palabras que fue “Lelo”, porque aún no sabías decir abuelo para llamarme.”
“Yo he compartido tus secretos, he jugado contigo, te he acompañado en viajes, excursiones, y hasta me he subido contigo a las atracciones del parque; te he hecho regalos por tu santo y cumpleaños y también te he reñido y castigado cuando ha hecho falta. Te he contado cuentos y te he cantado nanas para que durmieras.”
“Yo te quiero como a nadie he querido en mi vida, vida que daría gustoso por ti, si falta hiciera. Pero una cosa si es cierta, y es que no llevamos la misma sangre ni tenemos los mismos genes, ni tampoco el mismo apellido.”
“Cuando me casé con tu abuela, tu padre, que entonces era algo mayor que tú, pasó a tenerme como su padre y siempre nos hemos comportado como padre e hijo, a pesar de no compartir lazos de sangre.”
“El padre biológico de tu padre, no soy yo, y seguramente sea aquel hombre que habló contigo, pero él abandonó a tu abuela y a tu padre cuando más falta les hacía.”
“Ahora dime tú ¿Quién piensas que es tu abuelo, aquel señor que dejó abandonada a la familia o yo que he estado siempre a vuestro lado?”
El niño se levantó de donde estaba sentado, se puso frente al anciano, lo miró fijamente con sus enormes ojos azules y fundiéndose en un gran abrazo declaró muy satisfecho:
-Tú eres mi abuelo.
Al anciano le resbalaron dos enormes lágrimas por las mejillas que al verlas el nieto le dijo:
-No llores abuelo, yo te quiero mucho, no estés triste.
-No lloro de tristeza, lloro de sentimiento, de alegría por la respuesta que me has dado.
El niño acabó su helado, el anciano limpió y guardó la pipa, tomó su cayado y sin volver a hablar del tema se fueron caminando hasta llegar a la casa del niño.
El domingo por la mañana, mientras el niño jugaba en la calle, se le acercó nuevamente aquel hombre que le había manifestado ser su auténtico abuelo.
-Hola pequeño, ¿Te acuerdas de mí? Soy tu verdadero abuelo.
El niño se lo miró muy seriamente mientras le decía:
-¿Dónde estaba usted cuando yo estuve tan enfermo de pequeño?
El hombre se quedó algo sorprendido por la pregunta, pero no tuvo tiempo de contestar, pues el niño prosiguió:
-¿Cuántos pañales me ha cambiado usted señor? ¿Cuántas veces me ha velado el sueño? ¿Cuántas veces me ha dado de comer? ¿Cuándo me ha acompañado al parque a jugar? ¿Cuántos cumpleaños y santos me ha felicitado? ¿Cuántas veces me ha reñido y castigado? ¿Cuántos cuentos me ha contado? ¿Cuántas nanas me ha cantado? ¿Cuántas noches ha pasado en vela cuidándome? ¿Cuántas veces me ha ayudado con los deberes?
El hombre se quedó muy perplejo ante las preguntas del pequeño.
-Pero es que llevamos la misma sangre y tenemos el mismo apellido. – Acabó explicándole.
-Esto no es lo que yo le he preguntado. El que tengamos los mismos genes, llevemos la misma sangre y tengamos el mismo apellido no le convierte a usted en mi abuelo. Mi abuelo es quien podría haber contestado a todas mis preguntas con una sola palabra “Muchas”. Mi abuelo de verdad me lo ha demostrado muchas veces con sus palabras, con sus hechos y no hace falta que me enseñe su sangre, pues yo sé muy bien que él es mi abuelo, que él me quiere con toda su alma a pesar de no llevar los mismos apellidos.”
“Él me ha dado su cariño, sus caricias y sus besos sin pedirme nada a cambio y se ha conformado tan solo con que le llamara abuelo y dejar que me estrechara entre sus brazos.”
“A pesar de sus muchos años, nunca le han faltado las fuerzas para jugar conmigo, para acompañarme al colegio o llevarme al parque, aunque fuera con su caminar lento y apoyado en su cayado. Siempre me he podido coger de su mano, sintiéndome así muy protegido.”
“Y ahora me dice que él no es mi abuelo, que mi abuelo es usted, usted que abandonó a mi padre y a mi abuela, usted a quien nunca he visto, que durante tantos años nada de usted he sabido. No usted no es mi abuelo, ni pretenda serlo, pues todo lo que él por mi ha hecho jamás usted podrá hacerlo.”
Desde el balcón, la madre vio al niño hablando con quien ella ya sabía que era el padre biológico de su marido, por lo que se apresuró a salir a la calle para intervenir.
Cuando el hombre la vio aparecer, se marchó precipitadamente sin tan siquiera despedirse del niño, para evitar el enfrentamiento.
Al llegar la madre junto al hijo le preguntó:
-¿Qué quería este señor?
-Mamá, este señor dice que es el padre de mi padre y que por lo tanto es mi abuelo. Pero yo le he dicho que él no es mi abuelo. Mi abuelo de verdad es aquel que de pequeño llamaba “Lelo” por no saber decir abuelo.
La madre abrazó al niño mientras le decía:
-Cuando llegue tu padre, ya te explicaremos esto.
-No mamá, no hace falta que me expliquéis nada, ya lo hizo el abuelo cuando yo le pregunté si este señor que se ha ido era mi verdadero abuelo.
-¿Te lo contó todo? – Preguntó la madre
-Me contó lo que necesitaba saber, que él es mi abuelo.