Como cada noche antes de acostarse miró debajo de la cama, quería estar seguro de que no había nadie que pudiera turbar sus sueños. Efectivamente, nadie había, ya podía tumbarse y apagar la luz con total tranquilidad pues, previamente también había comprobado el armario y se había asegurado de que la puerta de su habitación estaba perfectamente cerrada. Antes, todo esto lo hacía su papá, pero en su último cumpleaños le dijo que ya era demasiado mayor para tener estos miedos y dejó de revisar el dormitorio, así que ahora debía hacerlo él mismo.
Ya se había acostado, apagado la luz y cerrado los ojos cuando escuchó un leve sonido que parecía provenir del baúl donde guardaba los juguetes. Prestó mayor atención y efectivamente, del desordenado baúl salía un murmullo, alguien estaba hablando, era un susurro tan leve que no podía llegar a entender, tan solo lo percibía. Dudó unos instantes sobre que debía hacer, aquel era el único lugar que no había comprobado nunca, pues estaba tan repleto de juguetes que nadie cabría en su interior.
Encendió la lamparita de la mesita de noche, se levantó sigilosamente, tomó entre sus manos el bate de beisbol y armándose de valor se acercó hasta el lugar donde estaban almacenados sus juguetes.
-Cállate que viene. – Le pareció escuchar a una voz proveniente del interior del baúl. Era una voz femenina, o al menos esto le pareció percibir.
Con el bate en la mano derecha alzado y amenazante procedió con la zurda a abrir la tapa, dispuesto a arremeter contra cualquiera que estuviera en el interior y que pudiera ser una amenaza para él o para su familia.
-No, no me peguéis, lamento haberos despertado, no era mi intención. – Le suplicó la misma voz.
A nadie pudo ver, nadie había escondido allí, pero sin embargo la voz procedía de aquel mismo lugar sin duda alguna.
-¿Quién eres? ¿Dónde estás? Sal y da la cara. – Desafió sin bajar el bate.
-¡Ah! Claro, vos no podéis verme aún, solo podéis escucharme. Pero no importa, nada debéis temer, yo solo estaba hablando con el apuesto caballero. Como cada noche venía a pedirle que me liberara del cautiverio al que me tiene sometida el malvado mago.
Sus ojos escudriñaron toda la habitación en busca de quien podía estar allí, pero no obtuvo resultado alguno, por lo que decidió buscar entre los muchos juguetes que había dentro del baúl sacándolos uno a uno y soltándolos en el suelo.
-AY! Tened más cuidado o tendréis que enfrentaros en singular duelo para reparar mi honor. – Dijo una voz viril.
En el suelo yacía la figura de un soldado de plomo que replicaba la estampa de un caballero de la edad media montado en un corcel ataviado para las justas que en aquellos tiempos solían librarse. Efectivamente la voz salía de aquel olvidado juguete que antaño alguien le regalara, pero lo más asombroso no era que la figura de tan pesado material le hablara; lo sorprendente de verdad era que se movía enarbolando su lanza, sujetándose fuertemente a las riendas mientras que el caballo, en posición rampante, relinchaba.
-Por fin mi caballero ha podido salir de su cautiverio y todo gracias a vos. – Le agradeció le dulce voz.
Dando un salto se levantó, no podía dar crédito a todo lo que acontecía, una dulce voz que no sabía muy bien de donde procedía, una figura de plomo que tomaba vida y le hablaba, todo ello le parecía surrealista, extremadamente estrambótico.
-No os asustéis, vos no podéis verme porque yo estoy prisionera en un castillo donde un malvado mago me tiene como rehén hasta que mi padre, el rey, pague el rescate. – Prosiguió la fémina voz.
-Yo os salvaré mi señora o moriré en el intento. – Exclamó el jinete de plomo.
No podía ser real. Para asegurarse de que no se trataba de una ilusión, se agachó para tomar en sus manos el juguete de plomo, pero tuvo que soltarlo de inmediato cuando sintió en su mano el agudo pinchazo que le propinaba con su lanza tan malhumorado caballero.
Lo soltó repentinamente cayendo dentro del baúl mientras refunfuñaba algo sobre vengar tal agravio sufrido. Había que finalizar con todo aquel enredo y pensó que la mejor de las maneras era volver a colocar todo lo que había extraído y así lo hizo, sin respetar orden alguno, por lo que la enigmática figura quedó en el fondo.
-Sacadme de aquí o no podré ayudar a mi dama. Una vez la haya liberado deberé enfrentarme a vos para limpiar tanta ignominia.
-Oh! Mi caballero ¿Quién me rescatará ahora que vos también estáis preso?
De repente se encendió la luz principal de la habitación, se abrió la puerta y apareció el padre:
-¿Qué estás haciendo con tanto ruido? Estas no son horas para jugar, deberías estar durmiendo, pues mañana tienes exámenes. Venga a la cama otra vez.
No supo que responder, tan solo obedeció las órdenes de su progenitor y volvió a meterse entre las sábanas. El padre apagó la luz y cerró la puerta tras de sí. Al quedarse solo se miró la mano, había una pequeña gota se sangre donde antes sintiera el pinchazo de la afilada lanza; se lo limpió, apagó la lampara de la mesita de noche y se quedó pensando en lo acontecido hasta que el sueño le venció.
El día había sido un poco duro, pero los exámenes le habían salido muy bien, o por lo menos esto pensaba. Había llegado la hora de volver a acostarse, en su mente aún estaba presente lo vivido la noche anterior, pero estaba convencido que tan solo había sido un sueño y la pequeña irritación en la mano atribuible a la picadura de algún insecto. No obstante, aquella noche, además de comprobar debajo de la cama y el armario lo hizo también en el interior del baúl, colocando sobre la pata del mismo la mochila del colegio y el patinete con la esperanza de con el peso nada pudiera abrirlo.
Se acostó, apagó las luces y se dispuso a dormir, pero el sueño se resistía en llegar lo que le hacía dar vueltas y más vueltas en la cama.
-Si no liberáis a mi caballero seguiré presa del malvado mago. – Volvía a ser la dulce voz que escuchara la noche anterior.
-¿Quién eres? ¿Dónde estás? ¿Qué quieres?
-Ya os lo dije anoche, soy una princesa cautiva en el castillo de un malvado mago y preciso ser rescatada por mi valiente caballero.
-Ya voy mi dulce señora. – Se pudo escuchar del interior del baúl la voz de la misteriosa figura de plomo, mientras apenas podía moverse la tapa.
-Dejad salir a mi caballero y os estaré eternamente agradecida.
Tras pensarlo un instante llegó al convencimiento que lo mejor que podía hacer sería dejar libre a la plúmbea figura para que realizara tan heroica acción de liberar a su dama. Así pues, abrió el baúl y fue retirando los juguetes hasta dar con la que tanto le asombró la noche anterior. La sacó depositándola en el suelo, pero en esta ocasión con mayor cuidado.
-Os agradezco vuestra cortesía, pero esto no remedia el ultraje cometido por vos anteriormente, solo os pido que me dejéis rescatar a la princesa y cuando regrese victorioso me permitáis batirme en singular duelo para mitigar el ultraje al que me sometisteis la noche anterior.
Se quedó mirando la figura que volvía a moverse mientras pensaba por su interior:
- ¿Batirme en duelo? Pero si te pego un pisotón te dejo más plano que una hoja
-¿Otra vez con los mismo? ¿No es bastante largo el día para jugar que ahora tienes que sacar todos los juguetes por la noche? – Refunfuñó el padre abriendo la puerta y encendiendo la luz.
Aprovechando que la puerta estaba abierta caballero y caballo salieron al galope sin ser vistos por el padre que en pijama, zapatillas y cara de sueño advertía a su hijo:
-Recógelo todo y que sea la última vez que se te ocurre sacar los juguetes en plena noche.
Nuevamente colocó todos los juguetes en el baúl sin percatarse que la figura de plomo no estaba entre ellos.
Otra noche más revisando debajo de la cama, el armario y colocando peso sobre el baúl; otra noche más dando vueltas y mas vueltas en la cama aguzando el oído por si volvía a escuchar aquella dulce voz. El sueño ya le estaba venciendo cuando pudo escuchar:
-Debéis ayudarme; mi caballero se ha derretido bajo las llamas del dragón que custodia el castillo donde estoy presa. – Era la angustiosa voz que ya conocía.
-Ahora te saco el caballero de plomo del baúl, pero dejadme tranquilo o mi padre me castigará. – Mientras decía esto buscó entre los juguetes la figura, pero en esta ocasión lo hizo sin ruido, para evitar despertar a su padre. Ya había sacado todos los juguetes y la figura que buscaba no aparecía.
-No busquéis más, él no está aquí, vino a mi rescate y el dragón lo fundió. – Repitió la voz femenina.
-Está bien, pero que narices quieres que haga yo. – Preguntó mientras procedía a reponer los juguetes en el baúl.
-Oh! Mi señor, yo no quiero que hagáis narices algunas, solo preciso que me rescatéis, ya no se a quien más puedo acudir.
-¿Qué puedo hacer para rescatarte?
-Tomad vuestra espada, vestid vuestra armadura y cabalgad con vuestro corcel hasta el castillo donde me tienen presa.
-Yo no tengo espada, armadura ni caballo. – Protestó algo enfadado
-Si mi señor, sobre aquella mesa tenéis vuestra espada, junto al baúl vuestra armadura y detrás de la puerta vuestro corcel.
Sobre la mesa solo estaba el bate de beisbol, junto al baúl la mochila del colegio y tras la puerta su patinete. Sin saber cómo el bate se convirtió en espada, la mochila en armadura y el patinete en blanco caballo.
Montando en tan espléndida montura se vio cabalgando por el campo rumbo a una montaña que se perfilaba en el horizonte culminada por un tenebroso castillo.
Cuando llegó frente al puente elevadizo del castillo se encontró con un enorme dragón desafiante que le inquirió:
-¿Qué haces aquí pequeño truhan?
-He venido a rescatar a una princesa que está prisionera.
-¿Con qué armas piensas combatirme? ¿Cómo podrás apagar el fuego de mi boca?
Buscó entre su armadura que anteriormente había sido la mochila del colegio y pudo encontrar un botellín de agua que no había bebido en la merienda. También encontró un chiclé de aquellos que se hacen enormes globos, un paquete de pañuelos de papel y unas cuantas gomas elásticas. Tenía todo cuanto precisaba para rescatar a la princesa. Se acercó cautelosamente al dragón y le propuso:
-¿Me enseñas como consigues lanzar llamas? Yo no creo que seas capaz de hacerlo, será algún truco como los que usan los ilusionistas.
-No es un truco. – Exclamó enfadado el dragón que procedió a abrir al máximo la boca para mostrarle el interior de su garganta. Allí se podía contemplar una pequeña llama que, a su entender, cuando expiraba el gas se producía la inflamación.
-Déjame que lo vea mejor. – Mientras decía esto se acercó hasta meterse casi dentro de la boca de tan temible bestia y sin que esta se percatara, tomó la botellita de agua derramando su contenido sobre la llama, la cual se apagó. En este mismo momento el dragón comenzó a retorcerse de dolor hasta quedar inmóvil en el suelo y transformándose en el que había sido el malvado mago.
-No podrás escalar los muros de la torre. – Dijo en voz agonizante el que fuera el fiero dragón.
Miró hacia lo más alto del torreón, en una ventana se podía ver la figura femenina que le suplicaba:
-Venid a rescatarme valeroso caballero, pero pensad que no hay puerta ni escaleras por las que subir hasta este aposento, el mago me introdujo por la ventana y es el único sitio por el que escapar, pero es muy alto, demasiado alto.
Eso le sonaba a cuento de princesas y que, seguramente, con las trenzas de ella podría solucionar el problema, por lo que pasó a preguntar:
-Oye!! ¿Tú tienes largas trenzas?
-No mi caballero, tengo el pelo largo, pero solo hasta los hombros, pero si deseáis que me haga trenzas yo me las haré si esto facilita mi extracción.
Era de esperar, no podría ser tan fácil, esto solo pasaba en los cuentos, así que debía pensar en otra solución. Tomo el chicle y comenzó a masticar y masticar; cuando lo tuvo bastante blando inició su hinchado, cada vez más y mas hinchado hasta que notó que sus pies ya no tocaban el suelo y se estaba elevando hasta llegar frente a la ventana donde estaba la princesa. Se balanceó y consiguió entrar, pero el globo explotó llenando todas las paredes de la pegajosa goma de mascar.
-Oh! Mi valeroso caballero habéis conseguido llegar hasta mí, pero como lo haremos para descender y así poder escapar de esta prisión.
No podía dar crédito a lo que veían sus ojos, era la joven más bella que jamás hubiese visto, sus cabellos parecían finos hilos de oro resplandeciente, sus ojos azules recordaban las aguas del mar y su blanca piel a las perpetuas nieves de las mas altas montañas.
-No te preocupes, ya verás como lo soluciono. - Mientras decía esto extrajo los klinex y las gomas elásticas construyendo unos diminutos paracaídas, pero suficientes para aguantar el descenso de los dos.
Una vez en tierra la hermosa princesa se le acercó dispuesta, probablemente, a agradecerle el rescate con un beso, pero…
-Vas a llegar tarde al cole. ¿No escuchaste el despertador? – Le dijo su madre desde la puerta.
Todo había sido un sueño.
Cuando se sentó a desayunar, la televisión estaba dando el informativo de las mañanas:
-Un extraño suceso ha ocurrido esta noche. La niña que había desaparecido hace varios días y de la cual no se sabía el paradero, ha sido encontrada por la policía junto a la casa donde la había tenido secuestrada un pedófilo, cuyo cuerpo ha sido hallado en estado de coma posiblemente por haberse ahogado con una botella de agua que se encontró en su boca. Lo más sorprendente es lo que relata la niña, que un joven montado en un patinete entró por la ventana donde la tenían retenida y llenándola de pañuelos de papel la sacó al exterior. La niña afirma que cuando fue a agradecérselo el joven marchó con su patinete dejando en el lugar de los hecho; un chicle de mascar pegado en la ventana y varios klinex sujetos con gomas elásticas. También se hallaron lo que posiblemente eran los restos de un antiguo juguete de plomo.
Miró a su madre mientras esta exclamaba:
-Ya no saben que historia inventar con tal de tener audiencia.