Los Amantes Malditos

Después del gran estruendo provocado por el desafortunado accidente, José comenzó a ver varias luces que no paraban de dar vueltas a su alrededor. Realmente las luces no eran más que las farolas que permanecían estáticas; lo que giraba sobre el asfalto era su automóvil tras colisionar con el camión que le había envestido. De repente solo una de las luces permaneció resplandeciendo, pero en esta ocasión inmóvil y lejana.

Cual si se tratara de una pavorosa película pudo contemplar los efectos del accidente. Su cuerpo permanecía inmóvil en la calzada mientras los paramédicos del servicio de urgencias intentaban reanimarle. De la cabina del camión descendió el conductor, su cara le resultaba familiar. Repentinamente su visión cambio, ahora contemplaba aquel fatídico momento en el que la que fuera su mujer durante más de 20 años le decía:

-No te quiero, ni te he querido nunca. Si me casé contigo solo fue para irme de mi casa donde mis padres me tenían esclavizada. Nunca has sabido satisfacerme, tú no eres como Antonio que es todo fogosidad.

Esta había sido la única explicación que le diera Virginia cuando él descubrió su infidelidad.

La imagen y las palabras tan hirientes se repetían una y otra vez y siempre terminaban con una gran carcajada de Virginia.

Tan absorto estaba que cuando quiso volver la vista hacia el escenario del accidente, su cuerpo ya no estaba; solo pudo contemplar como la ambulancia se alejaba a toda prisa con las luces de emergencia encendidas.

La luz se le iba acercando cada vez más, o quizás era él quien se dirigía hacia ella. Recordó que eran muchos los que habían descrito este fenómeno al hallarse en las puertas de la muerte. Pero José no estaba dispuesto a irse sin zanjar lo que tanto le atormentaba, la traición de Virginia con su mejor amigo. Así que decidió seguir a la ambulancia.

Ya en el hospital pudo ver como el médico intentaba reanimarle aplicándole descargas con el desfibrilador, cada una con mayor intensidad, mientras una enfermera le aplicaba presiones en el pecho. Todo fue en vano lo único que pudo hacer el galeno fue confirmar la hora de su muerte.

Sin saber cómo, ahora estaba en lo que hasta hacía muy poco había sido su hogar; el teléfono sonaba insistente hasta que Virginia procedió a contestar. Alguien le estaba comunicando su muerte, lo que pareció no afectarle en demasía; solo se limitó a decir:

 -Ya nos hemos librado de él.

José no tuvo que esperar para averiguar, que estaba hablando con Antonio, su traidor amigo y amante de Virginia.

Aquel fin de semana, una vez enterrado el cadáver, sin ningún escrúpulo volvieron a encontrase en su nido de amor, la casita junto al mar.

Tras la cena, Antonio ofreció a su amante un generoso vaso de whisky. Cuando Virginia fue a cogerlo notó un escalofrío cuál si de una descarga eléctrica se tratara, levantó la mirada para ver la cara de su amante. Repentinamente el vaso se estrelló en el suelo, Virginia no pudo sostenerlo ante la impresión de ver la cara ensangrentada de su difunto esposo.

 -¿Qué te pasa?- Preguntó Antonio.

Virginia parpadeó volviendo a ver a su amante, por lo que se limitó a decirle:

-Nada, no pasa nada. Anda vamos a la cama.

Tras varias caricias la adultera pareja estaba ya dispuesta a efectuar el acto sexual.

Antonio se deslizó hasta colocarse sobre Virginia iniciando así el coito, pero en esta ocasión todo iba a ser muy diferente. Sintió como su miembro se congelaba al penetrar a su amante. Simultáneamente Virginia sintió como si lo que se introducía en su interior fuese un carámbano completamente congelado.

Un enorme grito invadió la noche, cuando Virginia pudo contemplar que quien la estaba penetrando no era otro que José con su cuerpo completamente ensangrentado mientras le repetía una y otra vez:

-Ya sé que no me quieres ni me has querido nunca. Pero yo a ti si te quise.

Al escuchar el grito de Virginia, Antonio abrió los ojos descubriendo horrorizado que el cuerpo que estaba penetrando no era otro que el de Ana, con la cara amoratada e hinchada por los efectos del ahogamiento que había sufrido meses atrás en un más que extraño accidente.

Ambos amantes intentaron separarse, pero un enorme peso sobre sus cuerpos se lo impedía.

De repente José y Ana comenzaron a reírse a carcajadas siniestras mientras repetían a coro una y otra vez:

-¿Disfrutas cariño? ¿Te está gustando?

Ahora ya no era frio lo que percibían en sus genitales; sentían como se abrasaban interiormente. El dolor era insoportable, pero una fuerza oculta les estaba obligando a seguir con el acto sexual, que cada vez resultaba más y más doloroso.

Virginia seguía viendo como era penetrada por José al que rogaba:

-Para por favor, para.

La única respuesta que obtenía era un incremento de la fuerza de la penetración y mayor calor que le abrasaba mientras José repetía una y otra vez:

-¿Disfrutas cariño? ¿Te está gustando? ¿Lo hago tan bien como él?

Antonio quería separarse del cuerpo de su difunta esposa, pero cada vez que lo intentaba sentía las gélidas manos de esta que le agarraban mientras le decía:

-No pares cariño, no pares.

Ahora los gritos de Virginia ya no eran solamente de horror, eran también de dolor, del gran padecimiento que sentía en su interior al ser penetrada por un miembro que se asemejaba a un hierro candente. A los gritos de Virginia se sumaron los de Antonio que no podía soportar sentir como su órgano viril se adentraba en un receptáculo de aceite hirviendo.

Los corazones de los adúlteros amantes comenzaron a acelerarse.

José le pedía a Virginia:

-Bésame

Mientras Ana le reclamaba lo mismo a Antonio.

Por más que ambos se resistían a hacerlo, sus difuntos conyugues juntaron sus labios, momento en el que un gélido aire penetró en sus pulmones hinchándolos más y más.

Virginia pudo contemplar como Antonio se asfixiaba sobre ella, aplastándola con su enorme cuerpo e impidiéndole respirar. Cualquier intento de apartarle le resultaba vano. La agonía de los amantes malditos parecía no tener fin, sus pulmones se congelaban y parecía que iban a explotar cual globos de feria, situación que aún resultaba más agobiante al no cesar las risas de sus difuntos cónyuges.

Un grito escalofriante rompió el silencio de aquella nublada madrugada cuando la limpiadora vio el dantesco aspecto que presentaban los dos amantes, aún uno sobre el otro con los rostros desencajados por el terror y dolor que habían sentido apenas hacía un momento.

Pasadas unas horas, el forense intentó separar los cuerpos para ser trasladados individualmente, maniobra que resultó imposible,  la única solución era la amputación del miembro varonil ya que permanecía firmemente enganchado. Cuando finalmente pudo realizar la disección, un estruendo conmocionó a los presentes que pudieron contemplar estupefactos como ambos cuerpos entraban en ignición espontánea hasta quedar reducidos a simples cenizas.

Ahora José si caminó hacia la luz con la tranquilidad de no haber dejado nada pendiente de resolver; mientras pudo observar como los amantes malditos caían hacia el oscuro abismo para seguir sufriendo eternamente el castigo de la dolorosa fornicación experimentada en su último encuentro.

 

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