La Acampada

Era el último día de acampada, para celebrarlo hicimos una pequeña fiesta donde el vino inhibió algunos de los sentidos.

En la tienda de campaña estábamos acabando los últimos sorbos del tintorro, Jorge, Fausto y yo. De los tres yo era el mayor con apenas 19 años, aunque seguido muy de cerca de mis dos compañeros, de los que apenas me separaban algunos meses.

Jordi, el más joven de los tres tenía fama de ser homosexual, aunque nada podía probarlo, así que Fausto y yo decidimos ponerlo a prueba.

Yo tomé la iniciativa comenzando a acariciar a Fausto, el cual no dudó en seguirme el juego. Primero fueron simples caricias en el pelo, la cara y tiernas palabras; pero transcurridos unos minutos las caricias se extendieron a brazos y piernas, siempre con la atenta mirada de Jorge, el cual seguía impasible nuestro juego.

El calor dentro de la tienda y el efecto del vino nos hicieron seguir con el juego. Mis manos se posaron sobre los pectorales de Fausto acariciando sus pezones y pellizcándolos, para pasar posteriormente a besarlos, chuparlos y mordisquearlos.

El bañador de Fausto apenas podía albergar aquel miembro que iba creciendo por momentos. La verdad es que me resultaba arrebatador estar acariciando aquel cuerpo que parecía haber sido esculpido por el mismo Miguel Ángel, ya que Fausto era un verdadero atleta.

Yo ya había olvidado que se trataba únicamente de un juego para provocar a Jorge y no pude resistir la tentación de posar mi mano sobre su bañador. Lo que no podía esperar es que Fausto se abalanzara sobre mí para besarme apasionadamente mientras se desprendía de la única prenda que aprisionaba su espléndido miembro viril.

También yo me deshice de mi bañador, quedándonos los dos completamente desnudos. Ya no sabíamos si Jorge nos miraba o no, y poco nos importaba. Nuestros sexos comenzaron a frotarse entre sí mientras no parábamos de abrazarnos, acariciarnos y besarnos mientras no cesábamos de voltearnos sobre los colchones hinchables. Ahora uno arriba y al momento abajo.

De repente sentí el calor de la boca de Fausto en mi miembro, mientras dejaba el suyo a la altura de mi cara para que le imitara, lo cual no dudé ni un solo momento en hacer.

Ni tan siquiera hicimos caso al sonido de la cremallera de la tienda cuando Jorge la abandonó dejándonos solos.

Pasados unos instantes sentí como mi boca se llenaba de un tibio líquido que no dudé en ingerir sin parar de sorber y sorber esperando que fluyera más y más, pero Fausto se separó y sentándose a mi vera comenzó a acariciar mi miembro, primero de forma lenta y suave, pasando a hacerlo cada vez con más vigor hasta que consiguió llevarme al orgasmo.

Nos quedamos los dos tumbados sobre los colchones durante un largo rato hasta quedar completamente dormidos.

Al día siguiente procedimos a desmontar la tienda y recoger nuestros enseres sin hacer mención a lo ocurrido la tarde anterior. Nunca más hicimos mención de ello ni volvimos a increpar a Jorge referente a su sexualidad, el cual tampoco mencionó jamás lo sucedido.

De todo ello han pasado ya veinte años, yo me incorporé a filas y perdí el contacto con mis antiguos amigos; pero un día coincidimos en un congreso Fausto y yo. Nos saludamos con toda naturalidad y quedamos en cenar juntos ya que ni él ni yo conocíamos al resto de los asistentes.

Durante la cena nos pusimos al día. Él me comentó que estaba casado y tenía tres hermosas niñas, cuyas fotos me mostró; también yo le enseñé las fotografías de mis dos hijos y mi esposa. Ya en los cafés salió a relucir la acampada, primero con anécdotas sobre los sitios que vimos, las gentes que conocimos, pero inevitablemente llegó el momento de hablar de lo que había sucedido en el interior de la tienda de campaña la última tarde.

-¿Has vuelto a tener relaciones homosexuales?.- Me preguntó

-No.- Fue mi respuesta.

-Yo tampoco, pero no me he podido olvidar nunca de lo que pasó.

-Bueno, yo tampoco, pero no me arrepiento.

-Yo no he dicho que me arrepintiera, solo he dicho que no lo he podido olvidar nunca.- Fue su respuesta mientras esbozaba una gran sonrisa.

El paso de los años le habían tratado muy bien; su cuerpo seguía siendo atlético y sus facciones habían dejado de ser las de un adolescente guapo para pasar a ser las de un hombre muy atractivo.

-Me pasé mucho tiempo esperando que me dijeras algo, pero te fuiste a la mili y ya no supe nada más de ti.

-¿Qué quieres decir con ello?- Le pregunté

-Pues que me habría gustado hablar de ello y saber si habrías estado dispuesto a repetir la experiencia.

Me quedé sin saber que decir, por lo que fue el quien prosiguió.

-Yo era demasiado joven y ya sabes que en aquellos tiempos lo que habíamos hecho estaba muy mal visto. Así que me reprimí y proseguí mi vida, como si nunca hubiese ocurrido. Antes de casarme he estado con otras mujeres, pero nunca ha sido lo mismo que lo que vivimos aquella tarde.

-Habíamos bebido mucho, y me parece que hoy también nos hemos pasado un poco con las copas.- Fue mi respuesta.

-¿Quieres subir a mi habitación?- Fue la única frase que dijo mientras se levantaba con la llave del hotel en la mano y dirigirse hacia el ascensor sin mirar atrás.

Mi corazón comenzó a latir con fuerza y sin pensarlo me levanté y le seguí hasta el ascensor, siendo los únicos usuarios del mismo.

Fausto me miró fijamente dibujando nuevamente su cautivadora sonrisa, se acercó a mí y tras un apasionado beso me manifestó:

-Siempre he deseado poder repetir la experiencia. Nadie como tú me ha hecho sentir algo tan impresionante.

El ascensor se detuvo. Casualmente teníamos la habitación en la misma planta, pero mi habitación estaba más cerca que la suya, así que al llegar junto a la puerta, procedí a abrirla.

-¿Qué haces, no vas a venir?- Me preguntó con cierta desilusión.

-No, no vamos a tu habitación, la mía está más cerca y no quiero perder ni un segundo más.- Mientras le decía esto tiré de él hacia el interior.

Aquella noche fue apoteósica, jamás pensé que el placer sexual pudiera llegar a tales extremos. Cuando desperté por la mañana, a mi lado estaba Fausto, completamente desnudo, no podía apartar mis ojos de aquel escultural cuerpo, no podía creer lo sucedido la noche anterior. El abrió los ojos y me regaló con esta espléndida sonrisa que tan atractivo le hacía, tendió sus brazos hacia mí, invitándome a que le abrazara. No me hice de rogar, deseaba volver a poseer aquel cuerpo perfecto, volver a sentir sus abrazos, sus besos, sus caricias y especialmente sentirle dentro de mí, como yo le había penetrado la noche anterior.

No me importó la hora, ni perderme la sesión de clausura de la convención, no importaba el tiempo ni el lugar, solo me importaba el placer de recorrer con mis manos aquel cuerpo, llenarlo de besos, sentir sus dientes mordisquear mis pezones y el rozar de nuestros miembros, llegando una y otra vez al orgasmo hasta terminar completamente exhaustos.

Debíamos abandonar el hotel, pero decidimos prolongamos nuestra estancia durante todo el fin de semana. Apagamos nuestros móviles para evitar dar explicaciones a nuestras familias.

Al día siguiente bajamos a la playa, no me cansaba de mirar y admirar su espléndido cuerpo bronceado tumbado sobre la arena; con aquel diminuto bañador blanco que tanto resaltaba sus atributos. Sin pudor ni vergüenza alguna me abalancé sobre él llenándole de besos, sin importarme un ápice que la gente nos mirara. Fausto se levantó y cogiéndome de la mano, nos introducimos en las tranquilas aguas de la playa hasta que estas nos cubrieron por completo. Fue entonces cuando sentí como sus manos se deslizaban por mi cuerpo hasta llegar a arrebatarme el bañador; no dudé ni un solo instante en imitarle. Pronto nos resultó insuficiente el placer de experimentar el sexo en el agua, por lo que decidimos volver a nuestra habitación, allí acordamos deshacernos del salitre y la arena en la ducha frotándonos mutuamente con las manos enjabonadas. Sin dar mayor importancia a lo que pudieran decir el servicio del hotel al encontrar la cama empapada, nos tumbamos aún mojados dispuestos a revolcarnos y emprender nuevos juegos y posturas.

Hoy hace cinco años de aquel encuentro y cada noche es como si nos viéramos de nuevo. Decidimos dejar nuestras familias y dedicarnos día a día a revivir nuestro afortunado reencuentro. Hoy hace cinco años que decidimos “salir del armario”.

 

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